Conforme empieza a acercarse el 8 de marzo comienzo a ponerme sentimental. Sin percatarme, una o dos lágrimas escurren por mis mejillas cuando mi mente divaga sobre qué significa ser mujer, las agresiones cotidianas que vivimos, el miedo de caminar sola por las calles o la idea de que alguna de mis amigas podría un día salir y nunca regresar. Escurren un par de lágrimas más al pensar en los 10 feminicidios diarios en México, en las mujeres desaparecidas cuyas familias agotarán la búsqueda a pesar de creer que no las volverán a ver. Después con impotencia limpio mis lágrimas e intento continuar con mi día.
Por fin llega el Día Internacional de la Mujer, emocionada, porque veré el apoyo interseccional de mujeres, me levanto de la cama, solo para ver cómo el movimiento feminista se ha vuelto un frente político que el gobierno satanizará. Salgo de mi casa y me dirijo a la escuela, una escuela únicamente de mujeres, que se ha pintado de color morado en son de sororidad; no puedo explicar mi experiencia más que diciendo que sentí un poder y amor inconmensurable.
Conforme transcurrió el día mis emociones se fueron moviendo de un polo a otro, sintiendo, por un lado, impotencia, asco, tristeza, desamparo y decepción, pero, por el otro, apoyo, entendimiento, esfuerzo, valentía y fortaleza.
Por lo anterior, esto es lo que tomo del 8 de marzo: es un día realmente difícil que nos hace reflexionar y quitarnos la venda de los ojos con la que solemos andar. Es un día que nos invita a ver a las otras mujeres, buscar entenderlas, abrir diálogos y cambiar, ya que nosotras también podemos hacer comentarios degradantes hacia otras mujeres y permitir o incluso tener actitudes machistas.
Es un día de apoyo, como dice la canción “Sin miedo” si tocan, a una respondemos todas; sé que no estoy sola en esta lucha que no para el 9 de marzo. Las llamó a seguir apoyándonos las unas a las otras, las invito a denunciar y a cambiar para no ser nosotras las que lastimemos a otras mujeres. Las invito a no dejar pasar las micro o macro agresiones que vivimos y a no detenernos hasta que llegue el día más feliz en el que no tengamos que preocuparnos por regresar vivas, por tener la oportunidad de cumplir nuestros sueños, por ser escuchadas, por tener representación gubernamental y ser libres.
La lucha no acaba el 8 ni el 9 de marzo porque la violencia y disparidad la vivimos y sufrimos todos los días.