“Sí, está confirmado, tiene cáncer de mama”, esas fueron las palabras que retumbaron en mi cabeza y en mi corazón. Mis ojos se llenaron de lágrimas, me ofrecieron un pañuelo desechable y salí de FUCAM. Sosteniéndome de las rejas de las casas para no caer, suena a cliché, pero, realmente mi vida pasó por mi cabeza en un minuto, pensando en qué pasaría si moría.
Nunca imaginé que esa bolita que toqué sin querer aquel 20 de febrero del 2015, iba a ser cáncer de mama estadio IIA, BIRADS 5. Lo mío fue casualidad, pero el revisarnos periódicamente nos puede salvar la vida.
Todos los años he sido constante en hacerme mi mastografía y ultrasonido mamario, sin embargo, quien era mi ginecóloga no me dijo nada de los últimos estudios que le llevé en noviembre del 2014. Yo me sentí inquieta al tocar esa bola en mi axila y decidí ir a FUCAM por un segundo chequeo, y sin imaginarlo ese chequeo se convirtió en dos meses de estudios, mastografías y ultrasonidos, acompañados de nervios, incertidumbre y miedo. Finalmente, me hicieron una biopsia, en la cual detectaron al mayor enemigo de las mujeres “cáncer de mama” y desafortunadamente ya se había extendido también a mis ganglios. En mi caso estaba en la parte externa de mi seno izquierdo, “era solo una bolita” pero no lo romantizaré, en realidad era un tumor cancerígeno capaz de arrebatarme la vida.
Al salir de FUCAM, le llame a mi hija, a mis hermanos y a mi pareja, al llegar a mi casa ya todos estaban ahí para acompañarme en esa pesadilla que iniciaba, fue un golpe para todos. Pensando en lo peor, les dije que quería asegurarme de que supieran que había vivido plenamente y que los amaba. Sin embargo, recibí sólo palabras de ánimo y de confianza, impulsándome a ir al especialista.
Por supuesto, una de las piezas que entraban en la jugada, era la parte económica, ya que no yo tenía manera de afrontar los gastos de esta enfermedad, sin embargo, mi familia siguió dándome fortaleza diciéndome que se vendería lo que se tuviera que vender para poder enfrentar el gasto y que yo estuviera bien.
Desafortunada o afortunadamente una compañera de la oficina estaba también pasando por este proceso y le pedí consejo, pues yo estaba pérdida, no sabía qué hacer ni a dónde ir, y fue ahí cuando me recomendó a su Oncólogo, el doctor Dan Green Renner, quien en ese momento era el Director del Centro de Cáncer de Médica Sur.
Afortunadamente, después de haber investigado y buscado formas de afrontar la parte económica, me confirmaron que en la póliza de Gastos Médicos Mayores que yo tenía como beneficio en mi empresa entraba mi padecimiento, por lo que pude respirar y tener esa tranquilidad que necesitaba.
Contacté al doctor, quien me realizó una gran cantidad de estudios y finamente me dijo “tu cáncer es muy agresivo, sin embargo, el tumor es pequeño, no te voy a dar una expectativa de vida, porque te vas a curar y recuerda que el 80% del tratamiento es tu actitud”, y yo agregaría que el 100% es fe en Dios.
Con eso en mente, 4 meses después inicié una serie de 26 quimioterapias, exactamente a la cuarta sesión, mi cabello ya no se quedaba en mi cabeza, se caía por montones. En esas mismas fechas, se acercaba el día de la secretaria, profesión que orgullosamente desempeño, y en la empresa en donde laboraba nos tenían preparada una comida de festejo. Yo pensaba “por favor aguanta solo al viernes cabellito”. Y así fue, pude ir a la comida y al día siguiente fui con mi estilista para raparme. Esa fue la segunda y última vez que lloré en este proceso, fue para mí muy fuerte y doloroso ver cómo se iba al piso mi hermoso cabello.
Pero no me dejé caer y recordé lo de “la actitud”, así que me fui a comprar 4 pelucas, una rubia, una larga, una corta y otra con fleco, y fue así que decidí divertirme en el proceso. Iba a mis quimios una vez por semana, muy arreglada y animada, la enfermera que me atendía me decía “yo la pongo de ejemplo a todas nuestras pacientes que vienen sintiéndose derrotadas”, a lo que yo le decía que era mi fe en Dios.
Saliendo de las quimios me iba a trabajar y me sentía bien, aunque claro que hubo ocasiones en que me dieron náuseas y mareos, pero pensaba “es normal”.
En diciembre del 2015, al terminar las quimios, me operaron a fin de extirpar el tumor. Quitarme el seno era una posibilidad, pero cuando me abrieron ¡ya no había tumor! Solo limpiaron el área (cuadratectomía) y me quitaron 17 ganglios.
¡Ya íbamos a la mitad del proceso!, me dieron 30 radioterapias posteriores a mi operación, una diaria. Yo seguía con una actitud positiva, deseosa de llegar al final del proceso, sabiendo con todo mi corazón que vencería la batalla.
Claro que estos procesos dejaron secuelas en mí. La extirpación de los ganglios ocasionó que mi brazo izquierdo sea propenso a contraer infecciones fácilmente o incluso poder generar en cualquier momento un linfedema. Adicional, las radiaciones quemaron mi piel y mi pulmón, por lo que me dio una neumonía, la cual derivó en que hasta el día de hoy me fatigue fácilmente.
¡Finalmente! en julio del 2016 me declararon sin cáncer, estaba poniendo un pie fuera del ring de esta pelea, declarándome así ganadora. Con ese diagnóstico estaba entrando en etapa de remisión, es decir, 5 años en los cuales seguí bajo revisión médica preventiva y en noviembre del 2021 terminé mi proceso de seguimiento.
Fue una dura batalla, una lucha desgastante, cientos de estudios, piquetes, medicamentos, pero después de 6 años atravesando ese camino, estoy segura de que la actitud y la fe me devolvieron la vida.
Doy gracias a Dios por este renacimiento, por la bendición de seguir viviendo al lado de mi hija, de mi padre y de todos mis seres queridos.
Me queda claro que la detección salva vidas, ¡hoy celebro y disfruto cada momento!
Por las que vencimos y por las que siguen en la batalla, por favor ¡tócate!