Hoy en día podemos salir a comer a un centro comercial y encontrar una blusa que solamente cuesta $299 pesos o un vestido de $500, el precio nos impulsa a comprar esa prenda y después de la transacción llegamos a sentir una sensación de victoria o logro por haber aprovechado una gran oferta y ahorrarnos dinero, pero ¿te has cuestionado cómo es que una blusa que representa tanto trabajo y que ha recorrido tanta distancia, pues seguramente se confeccionó en otro país, puede tener ese costo?
Por lo general no lo hacemos, sin embargo, quisiera dedicar este espacio para que analicemos esta paradoja. Si las marcas de ropa que producen líneas semanales pueden establecer precios bajos y aún así ser parte de una de las industrias más poderosas (de acuerdo con Fashion Network tiene un valor de 61,300 millones de pesos solamente en México en un año), entonces ¿quiénes son los que asumen estos precios bajos, quiénes son los que trabajan exhaustivamente para mantener el flujo constante de la moda actual o quiénes se ven afectados por el deterioro de los materiales con los que se fabrica la ropa?
Antes de responder las preguntas, hablemos de la historia de esta industria que no siempre alienó a los compradores de los vendedores y productores, sino que se basaba en un contacto e intercambio de ideas para que la prenda fuera personalizada y coherente con la persona que la usaba e, incluso, a través de la historia se convirtió en un arte, en una manera de expresión. La Revolución Industrial y más tarde la “moda rápida” creada en los noventas, fueron el parteaguas para la industria que hoy conocemos, ya que dieron paso a la producción masiva y al consumo excesivo.
Y es que era imposible mantener un mercado de alto consumo sin llevar a cabo cambios radicales en la cadena de producción, que permitieran mantener la demanda y la producción a la par. Así pues, los precios bajaron y con ello también la calidad, y comenzó la búsqueda de materias primas más baratas y mano de obra menos costosa, que fue encontrada en países subdesarrollados, donde el salario mínimo es indignante, mantenido intencionalmente por los gobiernos con el fin de contar con inversión extranjera. Esto dio inicio a un ciclo interminable de injusticias, sobreexplotación de recursos y pobreza extrema.
En cuanto al precio ecológico, la industria de la moda es actualmente responsable del 10% de la huella de carbono, debido a la gran cantidad de ropa que temporada con temporada se deshecha cuando aún está en buen estado y, por supuesto, por el uso de carbón en las fábricas situadas en países que no tienen acceso a energías limpias, de químicos como los tintes que contaminan el agua y la creación de materiales como el poliéster que contienen microplásticos.
El resultado es que cada uno de nosotros nutre la industria del vestido al tomar la decisión de compra, por ello tenemos el poder de cambiarla e impulsarla para evolucionar hacia un paradigma sustentable, sostenible y justo. Busquemos una industria que no se aproveche de sus empleados, de los recursos naturales e incluso de los compradores al no decir la verdad.
Algunas maneras de apoyar el cambio en tu vida diaria son: apoyar el comercio justo, disminuir o incluso dejar de comprar marcas de moda rápida, apoyar a marcas locales y pequeñas empresas, usar moda sostenible o incluso hacer “thrifting” (comprar y donar ropa usada para darle un nuevo uso) y disminuir el número de prendas que consumimos al año.
El cambio está en nuestras manos, seamos conscientes y apoyemos marcas y tiendas que se apegan a nuestros valores y concepto de justicia.